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TRAYENDO AL
MUNDO A IA'ALDABAUT
"Fue entonces que de ella salió algo que
era imperfecto y distinto en apariencia de ella, pues ella lo había producido
sin su compañero. No se parecía a su Madre, y tenía una forma diferente.
Cuando vio lo que su deseo había producido, se convirtió en la figura de
una serpiente con el rostro de un león. Sus ojos eran como relámpagos
centelleantes. Lo arrojó lejos de sí, fuera de aquellos
lugares..." "
NH
II 1 - El libro de os Secretos Juan, 10.4 -10.12
Gírkù-Tila Nuréa / Min-ME-Min
La joven
familia regresó a los pies de la montaña fértil flanqueada por su cueva de
gestación. Madre sentía la necesidad de estar sola para llevar a cabo su
nueva creación. Rodeándose de un velo de misterio, ella exigió
tranquilidad absoluta. Ella le pidió al joven Mus'sagtar que cuidara de sus
hermanos y hermana y le recomendó que acamparan cerca de la cueva hasta nuevo
aviso.
Durante
el tiempo la gestación y de anidación, los jóvenes Gina'abul se entregaron a sí
mismos bajo la vigilancia de su hermano Mus'sagtar armado con su lanza afilada
que siempre tenía a mano. Tuvieron que codearse con las grandes
serpientes, sólidamente equipadas con una cola de látigo. La proximidad
de los mastodontes se les hizo de pronto familiar, los Gina'abul descubrieron
que estos gigantescos reptiles estaban organizando su vida en sociedad, sobre
la base de reglas estrictas dictadas por las necesidades de seguridad. Los
grandes Husmus (reptiles silvestres) reagrupaban a sus pequeños en el centro,
mientras que los adultos se extendían en los alrededores, cerca del bosque,
para prevenir los ataques contra los jóvenes. Los niños de Barbélu parecían
tan pequeños e inofensivos que los Husmus los aceptaron rápidamente en sus
zonas de masticación. Progresivamente, los Gina'abul se acercaban más y
más para observarlos, llegando incluso a correr entre sus enormes patas y sus
barrigas gigantescas. Esta raza de grandes lagartos placidos no masticaba.
Ellos ingerían piedras que molían la comida dentro de sus estómagos [[1]]. Esta
proximidad les permitió contemplar su rápido crecimiento y descubrir sus
principales áreas de desove, a menudo difundidas por áreas circulares en la
hierba espesa. Durante los períodos de fecundación, para su sorpresa,
fueron testigo de violentas peleas entre los machos, a veces con resultado de
muerte de uno de los protagonistas. Las hembras apenas parecían prestar
atención a estas luchas fratricidas. Los hermanos Gina’Abul compartieron las
reglas implacables del mundo de Rumgar donde el poder y la supervivencia de la
especie a menudo exigían sacrificios.
Las
reglas brutales de la vida silvestre de ninguna manera afectó la maravilla que
sentían ante la exuberante belleza de la Madre Naturaleza, al punto de tener la
extraña sensación de conocer este lugar. Los dos Abgal se cuestionaron
sobre este enigma. Se dijeron que tendrían que consultarlo con su madre
lo antes posible para aclarar esta impresión de familiaridad que sentían.
Por ahora, tenían que sobrevivir con su mascota, Tal, y repetir los
gestos que su madre les había enseñado.
Los días
se sucedían y los jóvenes Gina'abul comenzaron a preocuparse por su
progenitora. ¡La Santa Barbélu todavía no salía de su cueva!
Infringiendo las recomendaciones de su madre, decidieron entrar en la
cueva misteriosa. Los niños cruzaron la cascada con reflejos brillantes e
interrumpieron en la oscuridad subterránea en la cual llego a ellos el eco de
las aguas tumultuosas. Un firmamento de piedra se extendía bajo sus
miradas divertidas. Nunca habían vuelto a bajar desde su primera salida
al mundo exterior. Tal como la recordaban, la tierra rojiza, arcillosa,
les dio una sensación agradable en los pies. Las sombras familiares de la
cueva se hicieron más claras y el gran pozo circular apareció en el fondo de
una galería. La madre estaba tendida en el suelo, inconsciente. Una
forma gesticulaba a su lado. Los dos Abgal y la hembra Emesir se
precipitaron hacia la Santa Barbélu mientras Mus'sagtar y Tal se acercaron a la
inquietante descendencia. De un azul hielo, sus ojos penetrantes los
golpearon. Su piel de color verde claro brillaba como las
estrellas. No era como ellos. ¿Era un macho o una hembra? No
se podía determinar bajo su aspecto delgado. Uno de Abgal anunció que la
criatura descendía del Kingalàm. Mus'sagtar y Emesir le preguntaron cómo
tal cosa era posible. Los dos Abgal sacudieron desesperadamente a la gran
Matriarca. Seguía sin reaccionar y el grupo perdió su compostura.
- No
responde, - dijo el nuevo niño Barbélu, - la he matado por error.
Atrapado
por una terrible cólera, una rabia incontrolable, Mus'sagtar se precipitó con
la lanza hacia adelante para empalar asesino. Con un gesto rápido, el
extraño descendiente del Kingalàm lo empujo enérgicamente contra una pared con
un poder prodigioso como el de Barbélu. Entendiendo que los Gina'Abul lo
asaltaban, hizo lo mismo con el resto del grupo, incluyendo a Tal. Todos se vieron
paralizados contra la roca, incapaces de liberarse de esta prensa invisible.
El ser maléfico giró su mano para apretar su abrazo mortal. No sólo
él podía hablar a solo algunas Danna de salir del huevo, sino que además se
benefició del poder del Niama robado a su propia madre. Los Gina'Abul se
sofocaban y la asfixia les ganaba. Una descarga fulgurante los atravesó de cabo
a rabo. Con una insistente mirada, la joven Emesir se quedó mirando a
Mus'sagtar que estaba tratando de ocultar el miedo visible en sus ojos que
parecían gritar: "Todos vamos a morir." De repente, apareció
una sombra inestable que lanzó un grito prodigioso que heló el terrible
infante. Todos los Gina'Abul cayeron repentinamente al suelo. La Madre-Matriz
amenazó a su hijo. Utilizó el lenguaje oscuro en el que ciertas palabras
aparecen totalmente ininteligibles. Llevada por su propio poder, agarró
al niño paralizado y violentamente lo empujó contra la pared de la cueva.
- Has
robado algo de mi poder, pero no posees la Sabiduría de los Musidim!
- Estoy
confundido madre, pensé que te había matado a mi pesar. Tus hijos me han
atacado, yo solo me defendí.
- Ellos
son tu hermana y tus hermanos, - respondió Barbélu.
La Madre
sintió una sensación extraña: un material gelatinoso cubría sus manos que
habían agarrado al niño. Para su sorpresa, vio que el extraño niño
efectuaba su primer Gibil'lásu (renovación de la piel). Esta criatura
tenía características particularmente precoces; ninguno de los Gina'Abul había
realizado su muda de piel desde su nacimiento. Barbélu se acercó a él para
tocarlo. Ella tocó su cara, su piel brillante agrietada en lugares para
revelar una piel blanca como la del Kingalàm.
- ¿No
soy hermoso, madre? ¿No soy yo a tu gusto?
- Si...
si, lo eres, - respondió ella, casi asustada de ver a esta criatura dotada y
poderosa como ella recién salida del huevo.
La madre
se enfrentó a un trastorno profundo. Ella decidió bautizar al niño lo
antes posible para frustrar cualquier maleficio.
- Tu
nombre es Ía'aldabaut [[2]]. Tú
vas a proteger a tus mayores a través de tus habilidades innatas. Tu
defenderás la casa de los Gina'abul.
- No me
gusta ese nombre, madre. - respondió.
- Sin
embargo, ¡es el tuyo! Tienes que aceptarlo, está lleno de nobleza.
Barbélu
no sabía qué hacer. ¿Debía mantener esta descendencia que amenazaba a sus
mayores o debía separarla, o incluso destruirla? Una ansiedad
incontrolable ganó sus pensamientos.
- Madre,
¿debería tener en cuenta tu deseo de destruirme?
Barbélu
reagrupó a sus hijos en sus brazos protectores. Esta criatura no podía quedarse
en la familia, su peligrosidad era clara. La Madre-Matriz pidió a los
jóvenes Gina'abul salir de la cueva para hablar a solas con Ía'aldabaut.
Mus'sagtar reveló su deseo de permanecer en caso de que la criatura ofensiva
vuelva a amenazarla. Barbélu lo tranquilizó y le invitó a unirse a los
demás. El pequeño Mus'sagtar tragó saliva y asintió con la cabeza,
determinado a la altura de la confianza que le portaba su madre. El enfrentó la
mirada de Ía'aldabaut antes de retirarse hacia la salida. En el exterior, se
encontró con una fuerte lluvia que crepitaba en el follaje agitado por el
viento. Un trueno retumbó en la distancia. Uno de los Abgal miró al
cielo y le dijo al grupo que el cambio climático no presagiaba nada bueno.
El
tiempo se había congelado en la montaña fértil. Ía'aldabaut se quedó
mirando fijamente a su madre. Estaba totalmente despojado de su piel vieja y la
nueva brillaba en la oscuridad.
- ¿Ves
como nosotros en la oscuridad?, preguntó Barbélu.
-
Entiendo que sí.
- Eres
demasiado poderoso para permanecer con nosotros. Apenas si logras
controlarte. No puedo correr el riesgo de hacer daño a mis hijos.
- ¿Así
que quieres abandonarme madre?
- No,
tenemos que encontrar una solución, tu y yo, para tu supervivencia.
Tienes que salir de este lugar para que nadie te ve.
- No te
alarmes por mí, tengo las mismas capacidades que tú para defenderme ante la
adversidad y para ocultarme.
-
Necesito saber dónde vas a retirarte, - respondió Barbélu.
- Tú
sabrás encontrarme, confía en mí. Tú y yo estamos ligados por la vida.
Ahora déjame, ya que decidiste abandonarme en beneficio de tus enanos
indefensos.
La madre
se acercó a su hijo esbozando un gesto de ternura, pero él empujó violentamente
la mano amable de su madre.
- ¡Déjame!
Soltó el niño.
Barbélu
salió de la cueva de la procreación con la mente atormentada, cuestionándose el
significado de su creación. Ía'aldabaut encarnó todo lo que ella rechazó,
una mezcla de la depredación, de frío y de poder incontrolable. ¿Qué futuro le
prometía a esta nueva descendencia? Su hijo tenía una fuerza increíble y
la había debilitado considerablemente cuando extrajo su energía. En el
exterior una fría oscuridad envolvía el saturado susurro de la noche. A
lo lejos, las hojas se agitaron. Los jóvenes Gina'abul saltaron de la
vegetación para lanzarse a los brazos de su progenitora.
-
Escucha Madre, - dijo uno de los Abgal agitado, - ¿oyes un ruido de tormenta en
la distancia?
- ¿La
tormenta?
Barbélu
escuchó e hizo una reflexión sorprendente:
- Eso no
suena como un trueno.
La Madre
escuchó con atención las repercusiones distantes cuya reverberación se extendía
por todo el valle. Ella sacudió la cabeza, como diciéndose a sí misma:
"No, eso es imposible." Luego dijo: "Dejemos este lugar
tan pronto como sea posible".
El grupo
caminó a lo largo del acantilado para sumergirse en el gran bosque. La
Madre-Matriz forzó la marcha, por temor a que Ía'aldabaut se lanzara en su
persecución. ¡Este podría verlos en la noche, su tiempo estaba corriendo!
Ellos se hundieron en un paisaje abrupto de pendientes pronunciadas y
terrenos con pliegues que llegaban hasta un gran río. El ruido de la
tormenta continuó en la distancia. Barbélu estaba angustiada, sus hijos
sufrían el calor húmedo, estaban cansados y doloridos por las múltiples
abrasiones causadas por la espesa vegetación. Nadie parecía saber el
destino de este viaje.
- Madre,
nos acercamos a la tormenta, - advirtió uno de los Abgal.
- Sí,
esa es la dirección que estamos tomando, - ella respondió.
- ¿Por
qué?
- Debido
a que tu hermano no se atreverá a aventurarse aquí.
La
familia llegó a la orilla del gran río donde las olas poderosas giraban a alta
velocidad. Se detuvieron en el estuario bordeado coníferas y largos
helechos. Barbélu levantó la vista para estudiar las estrellas en el
vasto cielo; algo le intrigaba por un tiempo y no estaba tranquila. Los
dos hermanos Abgal la sentían nerviosa, un nerviosismo que atribuyeron al
peligro que les hizo correr Ía'aldabaut. El cielo se había despejado y permitía
una observación detallada de las constelaciones que gravitaban majestuosamente
alrededor del polo. La Madre-Matriz miró largamente el cielo infinito
para verificar y validar la información que recogía sobre la configuración de
las constelaciones. Después de esta intensa reflexión, una de sus manos
descansaba en su boca; una terrible realidad se impuso sobre ella.
Barbélu levantó los brazos en el aire e hizo señas en dirección al
firmamento a seguir. La duda ya no era posible. Esta parte del cielo
no parecía desconocido para él; el cielo parecía el que ella había estudiado en
numerosas ocasiones cuando aún vivía en la Casa-Madre. Sin embargo, las
estrellas no estaban presentes en el mismo lugar, todas las constelaciones
parecían excesivamente deformadas. Un escalofrío le recorrió la espalda.
¡Imposible! Con el corazón palpitante, una desesperación
indescriptible le arrebato unos gritos desgarradores, mitad quejas, la mitad
aullidos, cuyo eco punzante se perdió en la noche. A continuación, se
desplomó en el suelo. Los cuatro pequeños Gina'abul se reunieron
alrededor de ella para consolarla, pero la emoción era demasiado fuerte. Con
voz débil por haber gritado, la Madre trató de ofrecer algunas palabras.
Tal deformación de las constelaciones podría explicarse de una manera:
sin ninguna duda, Barbélu estaba en casa, en Mulmus, entre los Musidim!
La deformación estelar requería un salto en el tiempo, no unos pocos
miles de Muanna (años) de Hul, sino cientos de millones de Muanna de Hul.
Según la disposición de este planeta al cual la había conducido su
destino, se hizo evidente que este mundo, al que ella llamó Rumgar, no era otro
que el santo Dubkù donde los Musidim anteriormente enseñaron las artes universales
y donde Suhia estableció su proyecto Numun.[[3]] La
expedición PISTÉS debió realizar el viaje de regreso a la Casa-Madre.
Postrada,
la antigua erudita del Palacio de Jade se quedó en silencio, con el corazón
lleno de confusión. En un dinamismo desenfrenado, la vida pululaba.
Las numerosas especies colocadas aquí y allá, hacía varios millones de
Muanna de Hul, se habían desarrollado y desplegado en todo el continente
central. Las condiciones climáticas especialmente propicias en Dubkù favorecieron
el desarrollo de todas las variedades de animales y plantas. Los animales
se multiplicaron, algunos se cruzaron, proporcionando una diversificación
inesperada e incontrolable, causando la formación de los sistemas ecológicos
completos y complejos. La incapacidad de contener el desarrollo de las especies
del proyecto Numun ya databa de la época de las Matriarcas Oscuras.
Barbélu lo recordaba perfectamente, a pesar de que ella no frecuentó casi
nunca a Dubkù. Ella lo lamentó con amargura en ese momento.
Se
encontraban todavía los Forjadores de Vida en Dubkù? ¿La raza orgullosa
de los Musidim aseguraría siempre su presencia en la Casa Madre? Barbélu
se recompuso y tomó una decisión. Los dos hermanos Abgal le ayudaron a
ponerse en pie. Ella dio sus instrucciones: tenía que ir río abajo lo más
rápido posible para reunirse a los estruendos de trueno. Barbélu cortó
varios árboles de talla modesta con la ayuda de su Niama, a continuación los
cortó con las armas enemigas recuperadas por sus niños en el bosque. Los
Gina'abul despojaron los troncos sólidos de sus ramas y los ataron con cuerdas
vegetales para formar una balsa. Apenas la echaron al agua, los niños se
subieron a la plataforma móvil y la Madre, con impaciencia, llamó en repetidas
ocasiones en su lenguaje a Tal que se no pudo llegar a la embarcación. Todos
imploraron a Barbélu para llevar su mascota. La Madre lo levantó con su
Niama y lo puso a bordo.
Los
truenos sordos parecían estar más cerca. Los grillos de repente dejaron
de cantar, dejando que el silencio invada la espesura del bosque. Los
jóvenes Gina'abul, asustados, remaban de una manera casual y torpe. Los
remos se enfrentaban con regularidad. La Madre los calmó y le enseño a
remar lenta y rítmicamente. La balsa se desplazaba a alta velocidad y se
introducía silenciosamente en las aguas que bordeaban el vasto bosque donde
surgían numerosas cimas como suspendidas por encima de este mar vegetal.
Nadie
sabía con precisión dónde los conduciría al río. Con los ojos cerrados,
Emesir fue asaltada por un fenómeno desconocido para ella. Una gran
cantidad de imágenes deslumbrantes pasaron por su cabeza. Ella asistió a
extrañas escenas en las que veía a su madre para combatir, para ceder
finalmente y encontrarse prisionera. Emesir interpretó estas visiones
como un mal presagio. Todavía somnolienta, abrió suavemente los ojos a
una realidad que la relajaba. Su hermano, Mus'sagtar, se situó en la
parte frontal firmemente plantado en sus piernas, agarrando su lanza mientras
Barbélu y ambos Abgal ahora al frente de la embarcación, conducían con maestría
la embarcación una meta que nada podía desviar. Ella se comprometió a
compartir sus visiones con su familia tan pronto como sea posible. La
vida de su Madre dependía de ello...
[imagen
22]. Mus'sagtar y Emesir en el corazón del exuberante bosque. © Frantz
Lasvignes / Anton Parks.
[imagen
23]. Figura del demiurgo Ialdabaot, con cabeza de león, de los Misterios
de Mitra, que se encuentran en el mithraeum de C. Valerio Hércules y sus niños
(190 AD) en Ostia Antica, Italia.
[imagen 24]. Figurilla que se encuentra
en Acámbaro (México). Muchas de estas figuras de terracota,
excavadas en 1945, muestran humanoides con los dinosaurios.
[1] [95]. Esta técnica permitía a los dinosaurios
herbívoros gigantes digerir las hojas, ramas y otras piñas sin la necesidad de
masticar. Avestruces, cocodrilos y varias variedades de aves, tienen hoy
el mismo funcionamiento digestivo.
[2] [96]. IA-AL-DA-BA4-UT, "la quinta imagen
que protege la morada (del demonio) de la tormenta". Ía'aldabaut es
el quinto hijo de Barbélu. Este término probablemente dio origen a Ialdabaot o
Yaldabaoth, el Demiurgo de los textos gnósticos, hijo de la Sabiduría caída.
Varias interpretaciones fueron avanzadas para traducirla supuestamente de un
nombre arameo, específicamente semita, como Yalda Bohuw "hijo caos (o
destrucción)" o Yalad (S)abaôth "el que dio lugar a los
ejércitos" o "uno que engendró Sabaoth". El Jaldabaoth gnóstico
se describe a menudo como un león con cara de serpiente, nadie parece haber
entendido esto. Yo creo que su nombre proviene de la tradición sumeria antigua,
debido a que el término sumerio PIRIG significa "león" y su homófono
PIRIG2/3 "brillante" y "luz", es decir, aspectos que
recuerdan la piel brillante y blanca del Demiurgo. Esto sería una mala
interpretación del término PIRIG torpemente traducido al "león".
🤔
ResponderBorrarPodrá ser que la leyenda de la llegada de Anriba de los Musidim se autocumplió, formando una nueva linea temporal??? Ía'aldabaut será el padre de los kingú ???
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